Cuando el reloj marcaba las siete en punto, mi padre, Juan Arcadio Rodríguez acostumbraba a decir y cuando no a reclamar las delicias de su cena. Como de costumbre Nelly, la maga de la cocina, se encargaría de calentarle su sopa de verduras, la cual acompañaba con unas tajadas, queso blanco en rebanadas, una rica ensalada criolla y el infaltable suero con arepas que al agarrarlas para despedazarlas echarían humo.
Esa noche no habría invitados a la función de cine en su sala privada casera. Alguna que otra los había cuando le llegaba una joya o un clásico del cine francés, alemán o español. El material que le enviaban directamente de las embajadas de estos países europeos era en 16 mm. Mi padre, con todo su ingenio y creatividad había convertido uno de los cuartos de la casa en una cómoda sala de cine. En el cabían sus cuatro o cinco de mejores amigos e invitados especiales. Había comprado una tela blanquísima y con ella diseño una super pantalla para películas en formato cinemascope y planas.
La hora de comienzo era a las siete y treinta en punto, si se atrasaba algunos minutos era por razones ajenas a su voluntad, o porque alguno de los invitados llegaba retrasado. La película como era rutinario había sido revisada técnicamente el mismo día u horas antes por su asistente Nerio Castejón.
Como buen hombre orquesta, mi propio padre a veces se encargaba de chequearle las colas, si estaba en buen estado y si estaba derecha -rebobinada y lista para la proyección-. En ésto era también muy estricto. Al celuloide lo trataba y cuidaba tanto o más que a sus gatos y sus discos de música clásica.
En cuestión de dos minutos enhebraba la película en el viejo pero eficiente proyector portátil Eiki japonés. Estos eran los caballitos de batalla; y como aguantaron miles y miles de proyecciones por prácticamente todo el territorio del estado Lara.
Silencio absoluto, la película estaba arrancando. Aparecían los créditos y todos listos para el deleite audiovisual. No pasarían media hora sin que hiciera su aparición su mascota preferida, el gato gemí siamés “Catire”, especie de mezcla de criollo con siamés. A veces, hacia acto de presencia su otro consentido, el viejo y bello persa blanco “El Pelu”. Entre esos dos gatitos se repartía todo su amor y cariño. Confesaba a viva voz: “el amor de los gatos es más sincero y duradero que el de los seres humanos”, frase que complementa con un: “de ninguna gato se puede esperar una traición, son los seres mas fieles de la tierra, de los hombre se puede esperar cualquier bajeza cualquier, debilidad de la condición humana”.
El titulo de la película de hoy era: "Aguirre, la Cólera de Dios" de Werner Herzog y como esa, muchos otros filmes de R. W. Fassbinder, Win Wenders, Truffaut, Chabrol, Tavernier, Techini, Tati, etc. desfilaron uno a uno por esta pequeña y confortable sala familiar. Quizás las películas que más recuerde con facilidad son las de la Alemania, que llegaban gracias a los excelentes vínculos que mi papa había tejido con los amigos de la Asociación Cultural Humbolt. Y las francesas no se quedaban atrás, ya que mantenía estrechas relaciones también con los agregados culturales de la Embajada de Francia.
Otra cosa que nunca se me olvidará son sus certeros y formadores comentarios que hacia al momento de ver la película. Su apreciaciones y análisis sobre lo visto nunca faltaban, en una especie de cine foro casero e intimo. Y yo me cuidaba de no decir algo inapropiado o fuera de todo contexto del tema que trataba la película, porque podía ser castigado con un: “Juan Luis, tu cómo que estas en la luna, cómo que no entendiste la película”.
Autor:
JUAN LUIS RODRÍGUEZ
Comunicador Social graduado en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Investigador de la historia y evolución del cine en el estado Lara. Difusor y exhibidor cinematográfico del filmes de interés artístico y cultural. Investigador de la historia y evolución del cine en el estado Lara. Director presidente del Cineclub Charles Chaplin, sala alternativa del Colegio de Abogados del Estado Lara. Instructor de cursos y talleres de Lenguaje Cinematográfico.
Para ver la edición anterior de La Mirada de HAL pulse AQUÍ
La Mirada de HAL es un espacio de opinión sobre cine. Iribarren Films, como una contribución al desarrollo de la cultura cinematográfica, ofrece este medio para el planteamiento y la discusión de ideas con relación al séptimo arte. Sin embargo, las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad únicamente del autor.