La oreja tomada


«No basta con oír la música; además hay que verla».
Ígor Stravinski

La esforzada Tere Velázquez, alumna de teatro, repetía casi en automático: «Estoy despertando mis músculos para revivirlos y servirme de ellos», apostando toda su energía en rutinas de movimientos casi siempre inacabadas. Durante la instrucción de la Cátedra de Expresión Corporal, entre universitarios, me había tocado inducir la valoración del sonido y su significado en el contexto espacial donde hace eco; a través de la vivencia de algún ejercicio rítmico-musical, esta alumna me confesó el que no se hubiera percatado antes del efecto de la música en su emocionalidad. 
Y como una revelación pasó a explicarse entonces, el por qué de la pesarosa e inaguantable rutina que representaba la clase de Matemática Financiera: y es que en el transporte que la movilizaba justo a la primera hora de la mañana, cuando tenía pautada la asignatura en cuestión, invariablemente sonaba vallenato parejo y acto seguido, ya en el salón de clases, la matemática profesora, de voz agudamente gangosa, perpetraba un contenido mas… ¿Podría este cuadro generar algún interés simple o compuesto? ¿Partía de allí su gran desaliento? ¿Peligraba?... Una trama de invasión a través del sentido del oído se urdía: «La Oreja Tomada» habría llamado a este thriller (pidiendo la venia de Julio Cortázar). Así nuestra protagonista, luego de detectar al elemento audio-invasor, habló del diseño de un plan para desplegar su defensa (fechas focales, réditos vencidos y plazos traicioneros estarían por develarse, pero en otras voces). Al momento, misteriosamente, vía WhatsApp, llegaba melodiosa y con acento conocido: «voy a hacer su casa en el aire, para que no la moleste nadie…» acordeón mediante y casi espeluznante… La fase de Resistencia estaba en marcha. Le deseé suerte y le sugerí que propusiera en el cineclub algunas películas: Alien, La Guerra del Opio o El Último Mohicano y agregué: ─Dile a Pancho Pérez… Él, además, les hace el foro─, esto quizá mostrándole el camino hacia la última defensa. 
Y en verdad, resulta buen tema para el debate. El balance entre sonido y silencio, una suerte de «paz» que determina la comprensión al comunicarnos. El sonido para la voz, el silencio para el gesto. El sonido por el hablante, el silencio por la escucha. Sin embargo, el uso de los recursos para la realización en el cine pareciera que olvida por capítulos esta verdad y privilegia por mucho el sentido de la vista y nos cuestionamos un ritmo que se nos hace patente en cada movimiento de la cámara, en los desplazamientos de los actores y más. Es lógico; el cine mudo alimentó nuestra necesidad de proyección justamente en la imagen visual tímidamente apoyada por la música incidental a veces, o sabiamente integrada en la estructura como nos lo mostró el gran Charles Chaplin. No obstante, lo visual alcanza su magnificencia cinematográfica cuando se incorpora el sonido en su más amplia expresión e intención. Durante las primeras décadas del siglo XX se realiza esa performance que ya no podemos eludir y naturalmente le asumimos porque así, lo visto en pantalla, se nos parece un poco más a la vida real. Quizá no nos demos cuenta, pero nuestros oídos, más que nuestros ojos nos dan la necesaria información para estremecernos, intrigarnos y disparar series de imágenes en nuestra mente que es lo que hace bastante divertido al cine y le confiere qualitas de arte. 
En producción fílmica, quienes atienden de manera pormenorizada el aspecto auditivo, al exponer el asunto, hablan de «diseño sonoro» desde una concepción técnica que cubre diferentes planos o ámbitos en la búsqueda de la emocionalidad y el ritmo que ha de acompañar a la imagen. Otra concepción, pudiera llamarse innovadora, es la denominada «Phonurgia» que constituye una «perspectiva sonora del cine» desde la cual, su exponente, la cineasta argentina Lucrecia Martel, nos invita a partir de los sonidos antes que de lo visual, superando el esquema impuesto por la industria. De esta forma se explora sobre una emocionalidad que alimentará y dará paso, a través de lo sensitivo, a la creación de los guiones y de estos a la realización cinematográfica, que estaría determinada fundamentalmente por la sonoridad en la que estemos inmersos. Y es que cuando acudimos como espectadores a las salas de cine y disfrutamos de una película, alguna vez hemos creído que sólo la imagen nos atrapa, pero sin un sonido debidamente orquestado, la majestuosidad que le asignamos a la imagen se vería muy cuestionada. Según esta autora-directora nuestro esquema de pensamiento está muy organizado con una idea de tiempo que a su juicio es visual y cuando ponemos en actividad consciente el sentido del oído, lo que se debilita es la idea de causa-consecuencia en la estructura narrativa tradicional, porque la ampliación hacia la sensibilidad desde allí (desde el oído) empuja hacia otro paradigma temporal, delineando los aportes intangibles que luego serán traducidos y materializados en una producción fílmica ajena a esquemas hegemónicos, que por demás estará más cerca de creaciones con identidad propia, originales y alejadas de las recetas. 
Es difícil imaginar películas muy reconocidas sin que las nutriera una buena banda sonora, y es difícil también el suponer un filme bien planteado sin la cantidad de efectos sonoros provenientes del entorno dramático de sus personajes. La música, así como los diferentes matices en las voces, la calidad de los sonidos naturales o producidos por la fabricación humana, surten efecto en quien escucha, pero mucho más en quien observa atentamente; por eso es importante elevar la calidad de las producciones brindándole al aspecto sonoro el peso que abarque nuestra capacidad para hacer buen uso de los oídos junto a nuestra necesidad de ser escuchados, mas aun si se trata de la producción de un filme: efectos, diálogos, monólogos, música incidental, música estructural, música accidental y por supuesto el bendito silencio entre uno y otra indicarán el camino cierto hacia la plenitud comunicante que cautive al público espectador. Para el guionista implica proponer con lujo de detalles, traduciendo y describiendo en lenguaje cinematográfico cada escena, no sólo en la acción esencial, sino también en el sonido esencial, despertando aquello que es necesario para la máxima comprensión de la historia, así como el descubrimiento de la naturaleza de los personajes y sus circunstancias. Para el director este guion ha de ser la luz que le conduzca a una buena producción. 
Hasta aquí sonamos y desde esta ventana batiente y de apertura interior, esperamos haber develado intrigas y peripecias, tan claramente, que al hacer mutis, vibrantes susurros tengan eco en la mente de lectoras y lectores. ¡Bye, bye! 
Autora: 
Francia Ortiz González

Nacida en Barquisimeto (1962),  actriz de teatro y cine. Docente teatral en las aéreas de actuación y expresión corpo-vocal. Dramaturga con acercamientos al guion cinematográfico. Ha participado en el trabajo de producción cinematográfica en cortometrajes y videos. Es directora del Taller Integral de Formacion Teatral de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado de Barquisimeto. Poeta con publicaciones en revistas y páginas literarias y los libros: Cuentos Cortos (1987), La que va conmigo (2007) y El árbol que espera (sin publicar). Es licenciada en Administración Comercial (1995) con una maestría en docencia universitaria (2005) y diplomado en animación sociocultural (2007). Es facilitadora desde el 2002 del Taller Libre de Yoga de la UCLA.

Habla McGuffin es escrito por Francia Ortiz. El blog de Iribarren publica este espacio como una contribución al desarrollo de la cultura cinematográfica, sin embargo, las opiniones emitidas en él son responsabilidad únicamente del autor.