Es un lugar oscuro. Se oye de fondo
el sonido de un proyector de 35 mm. Una
luz amarilla se enciende sobre una butaca marrón.
Cuando vi la primera película que me impresionó me sentí muy conmovida, estudiaba en el Instituto Inmaculada Concepción de Barquisimeto, un colegio de monjas, y el filme era «Pink Floyd The Wall (El Muro)» de Alan Parker. Mis compañeras la odiaron en una especie de desagravio. Pero a mí me gustó y estoy segura que maestros y profesores sabían por que la habían escogido.
Pasaron los años y decidí estudiar biología marina, psicología o artes. Ninguna en mi ciudad. Mi padre era médico y decidió que estudiara medicina y así lo hice hasta llegar a la mayoría de edad. Luego, tomé mi mochila, mis ahorros y arranqué para Caracas. Con la ayuda de mi madre, dos amigas y sus familias logré entrar a la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela, no sin antes entrar como oyente a la Escuela de Comunicación Social y Psicología. Mientras estudiaba conocí a un amigo que buscaba estudiantes de la escuela para hacer un mediometraje sobre el tema ecológico y ambiental. Fui script, asistente de dirección, asistente de vestuario, asistente de producción, asistente de montaje y hasta serví agua y café. A raíz de ello, me llamaron para trabajar gratis un mes en una empresa de doblaje y si pasaba la prueba me contrataban. Pero me ofrecieron el de secretaria y les dije que no.
A los tres meses me llamaron para trabajar en el área de sonido y vídeo. Duré cuatro años mientras logré terminar la carrera. Era un ir y venir entre la UCV y el trabajo. El poco dinero y el poco tiempo para estudiar complicaban las cosas; sin embargo, conseguí la fórmula: dormía de 10 pm a 3 am, hacia los trabajos, desayunaba en el comedor, asistía a clases, almorzaba en el comedor, iba al trabajo, regresaba a casa, lavaba la ropa, preparaba la cena, hacia mis tareas y así sucesivamente.
Dicho esto, no esperé que todo me lo diera la escuela y los profesores. Leí y fui también autodidacta. Participé en cursos, seminarios y encuentros. Fui a muestras. Compartí dudas y lecturas. Actualizo repetidamente los avances de las diferentes áreas donde quiero desarrollarme. Me divertí. Fui y voy al teatro, conciertos, museos, instalaciones, performances, bailo y hago lo que me llame la atención; en fin, un cineasta tiene que tener un bagaje cultural. Pero definitivamente empezar por producción fue una gran escuela. Aprendí de todo y de todos. Ahí comencé a entender que el cine es tiempo y costo además de lo estético.
Black out. El sonido del proyector deja de oírse.
Viaja. Explora caminos para tus escogencias. Pregunta. Haz una lista de prioridades. Y recuerda esa primera película que te impresionó; la mía, me impulsó hacia «Azul como el cielo».
El camino es largo, a veces arduo pero apasionante. Y sobre todo hay que aprender con humildad; lo dijo Danny Boyle en una entrevista.
En las próximas entregas seguiremos abordando el tema y cómo ir definiendo el área cinematográfica que se quiere asumir.
Autora:
Andrea Ríos
Licenciada en Artes mención cine. Es productora, guionista, directora y montadora en cine y TV. Es analista de guiones y tallerista. En dramáticos, fue directora de post producción, analista para estrategias promocionales y recomendaciones de marketing. En publicidad, como montadora de comerciales, campañas por una sexualidad asertiva en adolescentes y productos de marcas e institucionales. Escribe cuentos y es fotógrafa siendo publicada por el Celarg y ha publicado «Baño de paro», recopilación de una exposición colectiva de fotografía de la escuela Roberto Mata.
«En el espejo del cine» es escrito por la cineasta venezolana Andrea Ríos. El blog de Iribarren publica este espacio como una contribución al desarrollo de la cultura cinematográfica. Sin embargo, las opiniones emitidas en este espacio son responsabilidad únicamente de la autora.