La última de Almodóvar, sin Almodóvar


Se prepara el rodaje de "La última de Almodóvar", sin Almodóvar

Cortesía de extracine.com
por Luis M. Álvarez

Foto: Roberto Gordo Saez


Nominado a un Goya al Mejor Director Novel por «La vergüenza», David Planell, prepara el rodaje de su segunda película que tiene como título provisional, «La última de Almodóvar».
Protagonizada por Carmen Machi, Lola Dueñas y Luis Callejo, la historia pretende contar treinta años de la historia de España a través de una familia y de las películas del cineasta manchego, desde «Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón» hasta «Los abrazos rotos». Producida por la productora y distribuidora independiente Avalon, está previsto que el rodaje comience la próxima primavera.
Qué duda cabe que el internacional cineasta y su cine, que surgen tras el franquismo, representa a la perfección todo el periodo histórico que abarca la democracia española. Lo que dudo se muestre tan claro es el cambio temático y estético del cineasta, que en los años ochenta (r)evoluciona cercano a una imagen, a una forma de vida, a un pensamiento, a la estética kitsch, al contraste entre lo castizo y lo posmoderno, hablando en su cine de sí mismo y de todos sus amigos, convirtiéndose en el cineasta representativo —que no fundador, no nos equivoquemos, antes estaban Iván Zulueta, Fernando Colomo o Félix Rotaeta— de un colectivo social coronado con el atractivo nombre de la movida madrileña. Claros exponentes de esta etapa serían «Laberinto de pasiones», «Entre tinieblas», «¿Qué he hecho yo para merecer esto!» o «La ley del deseo».
Pareciera que en los años noventa, buscando una aceptación popular, se alejara de sus premisas iniciales y se volviera menos auténtico, igual de castizo y cañí pero como más de diseño, cambiando la bata de guatiné por las telas de Vittori & amp; Luchino, las plataformas por tacones de aguja, con los mismos travestís pero vestidos de Channel y Valentino, y en lugar de buscar en sí mismo, recurriera a las páginas de sucesos —y a sus películas favoritas— en busca de temas y hechos que le permitieran hablar de un supuesto cine social de diseño como puede verse en «Tacones lejanos», «Kika» o «Carne trémula».

También es cierto que muchos de sus compañeros (y de los nuestros) siguieran el mismo camino, ahí están Bibiana Fernández —antes Bibi Andersen, que cambia de nombre más que de sexo—, sentada de colaboradora en los mismos programas televisivos que el manchego critica en su cine; Antonio Banderas que hace las Américas afianzando su sitio en la meca del cine aprovechando un vulgar braguetazo; y el propio Almodóvar pareciera le diera la espalda al cine de sus inicios dejando de trabajar con su actriz fetiche Carmen Maura —aprovechando una treta marica— y dejando de trabajar con colaboradores habituales como el compositor Bernardo Bonezzi, el director de fotografía Ángel L. Fernández o hasta su musa petarda, Fabio MacNamara, a la que tanto le debe.
Otros quedan inalterables y saben evolucionar, tal es el caso de la mentada Carmen Maura, Chus Lampreave, Rossy De Palma, Marisa Paredes, Verónica Forqué, Kity Mánver o Julieta Serrano, todas señoras bien posmodernas. No incluyo en este grupo ni a Eusebio Poncela, ni a Will More, ni a Cecilia Roth, ni a Marta Fernández Muro, pues estos entraron vía «Arrebato», con Iván Zulueta, él sólo los coge prestados. De la misma manera va asimilando en su estética la de otros cineastas contemporáneos como Bigas Luna de quien recoge a Penélope Cruz y Javier Bardem o de otros más jóvenes y renovados como Julio Medem, de quien coge prestado al compositor Alberto Iglesias del que no le separa ni Dios ni la virgen; o de la televisión que incorpora para el cine a Javier Cámara, Blanca Portillo y a Carmen Machi, sin duda buscando a su lado, la misma aceptación popular que tienen en sus series de televisión, «7 vidas» y «Aída». Si bien es cierto que los televisivos entraron en esta última década, una época en la que parece que Pedro sea cosciente del cambio y añore su travieso pasado, reflexionando sobre sí mismo y evocándolo en títulos como «La mala educación» o «Los abrazos rotos».
Lo que sí es cierto es que con cambio o sin él, con evolución o sin ella, cada estreno de Pedro Almodóvar se convierte en un acontecimiento social que te absorbe y te arrastra para ir al cine a ver «la última de Almodóvar», aunque ya no comulgues, aunque no te interese. Confiemos en que Planell sepa, y quiera, reflejar estos cambios o, por lo menos, se vea a través de esta familia la evolución del cineasta hacia un camino, mientras algunos de sus admiradores tomamos otro camino y, aunque todos estamos encantados con su éxito internacional y valoramos algunos de sus últimos títulos, añoramos un cine mucho más personal.

Autor/Fuente:
Luis M. Álvarez
extracine.com

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